El realismo luminista de Sorolla

Mientras el siglo XIX en Francia abría sus puertas a una nueva forma de sentir la pintura, España respiraba todavía fuertes aires academicistas que hacían difícil la salida a otras vías creativas. La obra de Joaquín Sorolla, un hombre coherente, laborioso y metódico, persiguió un tipo de pintura rea-lista que compartía algunos de los principios del impresionismo como la factura espontanea, la fidelidad a la pintura al aire libre y una temática anecdótica, sencilla, sin pretensiones de aleccionar.

LA VÍA  ACADÉMICA

Pero no toda su obra responde a esos criterios; para llegar a ellos tuvo que abonar un terreno dominado por el academicismo, que imponía una finalidad narrativa y didáctica a la pintura. La religión, la historia de España y el compromiso ético-social fueron temas abordados por el pintor al comienzo de su carrera. El beso de la reliquia, El grito del Palleter o Y aun dicen que el pescado es caro reflejan esa faceta, que en Sorolla muestra siempre esa derivación realista que haría exclamar a Blasco Ibáñez a propósito de un cuadro de su paisano: «Aquello no es un cuadro, es la realidad… Aquello no es pintar: es robar a la Naturaleza la luz y los colores». Iniciado bajo el realismo de veta velazqueña y bajo las influencias de pintores valencianos como Pinazo, Domingo y Sala, Sorolla tarda veinte años en descubrir su verdadera personalidad: «… Se inicio en Asís, tomo forma en mi lienzo El Boulevard, la encontré casi definida en Otra Margarita, y se me ofreció amplia, real, pal­pable, resuelta ya en los bueyes sacando la barca de mi Sol de la tarde», diría en una entrevista de 1913. Abierto a influencias exteriores, a sus veintidós años descubre, en la muestra retrospectiva de Bastien-Lepage en Paris, un camino fundado en la observación de la realidad ajeno a cualquier actitud estereotipa-da. Ansioso por escapar de las convenciones académicas de las que Bastien-Lepage tampoco estaba tan lejos-, su ejemplo le sirve para afirmarse en la búsqueda de un camino mas perso­nal, en el que primen la vinculación a la luz y las condiciones físicas de su tierra natal. Una exposición del pintor alemán Adolf von Menzel ese mismo año reforzara estas convicciones.


EL PODER DE LA LUZ

Recién entrado el siglo XX, en 1900, participa junto a Kryer, Zorn, Sargent, Alma Tadema, Whistler, Klimt y otros reconocidos artistas en la Exposición Universal de Paris. Los pintores nórdicos serán decisivos a partir de ahora en el pintor, sobre todo el sueco Zorn, tres años mayor que Sorolla, con el que compartirá su pasión por España y su admiración por Velázquez. Pero, al margen de este paralelismo de influencias, Zorn calara Hondo, además de por saber reinterpretar a Velázquez en la modernidad, por su potente interpretación del natural y su dominio de la corporeidad, de la que diría el propio Sorolla: «Parece que dibuja de dentro afuera, que no busca nunca el contorno o la silueta». La luz, compañera inseparable de Sorolla desde sus primeras obras, influidas por el naturalismo barroco, sale al exterior mas valiente que nunca para reflejar­se en el mar, en niños desnudos jugando entre las olas, mujeres faenando o paseando al borde del mar: todo un mundo repleto de vida y alegría contrapuesto a la dramática visión de España de su contemporáneo Zuloaga. Si bien es cierto que el país atravesaba una situación inestable agitación política, perdida de colonias, atraso económico y cultural-, Sorolla margino esa veta oscura y trascendental, recreando un universo optimista bañado por la luz mediterránea en un estilo inconfundible, para el que la critica ha creado el concepto de luminismo.

ENCUADRES AUDACES

En la ingente producción del pintor cuatro mil cuadros y apuntes y mas de ocho mil dibujos la figura tiene un papel protagonista, una de las características que lo alejan de la practica impresionista, centrada en el paisaje. Sorolla lo utiliza como marco y contraste de la figura, que normalmente abarca tres cuartas partes del lienzo, mientras los pintores impresionistas clásicos dibujan a pequeña escala sus figu­res, sin alterar la estructura del paisaje, interpretándolas como un elemento mas del mismo. El protagonismo de la figura es la clave de su inconfundible espacio pictórico, basado en encuadres audaces y fragmentarios en los que se advierte con claridad la influencia de la fotografía; aunque este sea uno de los rasgos mas peculiares y modernos de la obra de Sorolla, no suele insistirse en el lo suficiente. Tras el triunfo obtenido en su primera exposición individual de Paris en 1906, Sorolla pasa una breve temporada pintando en compañía de Aureliano de Beruete en Toledo, una experiencia que enriquecerá su paleta, en la que destacan desde entonces las tintas malvas, típicas del impresionismo, con las que suaviza las tonalidades doradas y excesivamente brillantes de sus obras anteriores.

TRADICIÓN Y MODERNIDAD

El pintor valenciano, encamina-do ya hacia un arte personal -de factura larga, nerviosa y empastada-, pasa a ser reconocido internacionalmente. Se revela así la figura de un pintor que entra en la modernidad empujado por Velázquez, formando parte de una difusa tendencia internacional del fin de siglo junto con John Singer Sargent o los pintores nórdicos antes mencionados. Como ellos, Sorolla combina elementos de la tradición nunca se desprendió del todo de las connotaciones de la pintura de genero con otros de gran modernidad, como la técnica o su peculiar concepción espacial. Nada interesado por las vanguardias que se estaban fraguando por aquellos años cubismo y diversas manifestaciones de la veta expresionistas, Sorolla persiste en su estilo espontaneo, luminoso y colorista, del que se aparto para realizar los grandes lienzos decorativos de la Hispanic Society de Nueva York que casi monopolizaron sus últimos años. Las pocas obras ajenas a ese ciclo y posteriores a 1912 muestran claros indicios de que aun podría haber llegado mas lejos en el desarrollo de ese estilo personal que le consagro como uno de los coloristas mas famosos de su tiempo.

JOAQUIN SOROLLA, 1863 – 1923

Joaquín Sorolla y Bastida nació en febrero de 1863, en la calle Nueva del antiguo barrio de Pescadores de Valencia. Siendo un niño de dos años pierde a sus padres, victimas del cólera que asolo la ciudad en 1865, por lo que Joaquín y Concha, su única hermana, fueron acogidos por sus tíos, Isabel y José Piqueres. Unos años después de comenzar los estudios básicos, en los que da temprana muestra de su interés por todo aquello que estuviera relacionado con las artes plásticas, «Chimet» como le llamaban en familia- accede a la Escuela de Artesanos de Valencia para recibir clases de dibujo y, en 1878, ingresa en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal. A lo largo de los años ochenta transcurre su etapa de formación, en un ambiente nada proclive a las libertades creativas.

AÑOS DE FORMACIÓN

Tras obtener una medalla de plata en una exposición local, el fotógrafo Antonio García Peris futuro suegro del artista le ofrece trabajo en su estudio. Allí Sorolla aprende algunos recursos técnicos que utilizara después en su obra madura. En 1881 envía a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid tres marinas que pasan inadvertidas; aprovechando el viaje, visita el Museo del Prado y descubre a Velázquez,

cuyo ejemplo tendrá presente el resto de su vida. Ese mismo año

conoce al pintor valenciano Ignacio Pinazo, que había importado

de Italia una técnica basada en

la yuxtaposición de manchas de color atribuida a los macchiaioli. Sorolla parece acercarse tímidamente a esta forma de ejecución años mas tarde, cuando respira en Paris los nuevos aires de la escena artística europea. Mientras tanto, los éxitos le sonríen en los certámenes oficiales con obras como Monja en oración o El Dos de Mayo, que le valió una segunda medalla en la Exposición Nacional de 1884 y seria adquirida por el Estado. Con otro cuadro de historia relativo a la Guerra de la Independencia española -El grito del Palleter gana una beca de la Diputación de Valencia gracias a la cual, en febre­ro de 1885, parte hacia Roma.

Sorolla se mantuvo fiel a la pintura al aire libre, principio básico de la Escuela de Barbizón que retomaron después los impresionistas.

NUEVOS AIRES

Meses después, una escapada a Paris le descubre la obra de Jules Bastien Lepage, un realista tardío que reclamaba el legado de Gourbet y Millet. Su filosofía radicaba en trasladarse al origen, volver al campo y promover la pintura rural con un sello autóctono: «Un artista que no pertenece a ninguna parte del mundo es un ser inútil. Greeme y vuelve a casa», aconsejaba a sus discípulos. Sorolla intentaría mas tarde interpretar estos principios en el gran ciclo decorativo de la Hispanic Society de Nueva York. Durante su estancia italiana visita Florencia, Pisa, Venecia y Nápoles, dejando testimonio directo con notas y dibujos de estas ciudades. A lo largo de 1886 y 1887 simultanea los trabajos como becario con oleos y acuarelas para marchantes, que le per- miten incrementar su asignación mensual. Un año después acude a Valencia para contraer matrimonio con su prometida, Clotilde García del Castillo; la pareja se instala por poco tiempo en Asís, hasta que la beca termina en 1889.

María, Joaquín y Elena, los tres hijos del pintor, realizaron sus primeros estudios en laLa familia Sorolla en Javea, en el año 1905,

LUCES MEDITERRÁNEAS

La obra del valenciano empieza a consolidarse en la década siguiente con una temática distinta. La pintura de historia deja paso a la nueva moda aleccionadora del realismo social en Otra Margarita (1892), Y aun dicen que el pescado es caro (1894) y Trata de blancas (1894). Pero, lejos de seguir ese camino, lacrado definitivamente con Triste herencia (1899), comienza una larga andadura por el costumbrismo marinero, un mundo ya abordado en y aun dicen que el pescado es caro y que nunca abandonara del todo, aunque en sus temas se acerque cada vez mas al ideal del ocio burgués de la época. El mar y la luz del Mediterráneo serán ahora el centro de su obra, influida por Zorn y Kroer, pintores nórdicos que también retrataron sus costas bajo una luz mas fría y estuvieron presentes en la Exposición Universal de Paris de 1900, donde el valenciano obtuvo el Grand Prix del Pabellón de España y Portugal y se inicio su proyección internacional. El dibujo es sustituido por manchas mas sueltas de color, que dan un resultado final vigoroso y espontáneo del que carecía su obra inicial. «Me seria imposible pintar al aire libre despacio aunque quisiera… El movimiento del sol cambia constantemente el color de las cosas… hay que pintar deprisa!», decía para explicar su febril laboriosidad y la necesidad de inmediatez impuesta por este nuevo estilo. Seis anos después, se inaugura en la Galería Georges Petit de Paris su primera exposición individual. Mientras la critica francesa elogia su trabajo, el pintor se empapa de la pintura contemporánea local. Por estos anos, Sorolla empieza a cultivar el retrato, faceta en la que adquiere gran renombre, hasta el punto de ser comparado al americano John Singer Sargent, uno de los retratistas mas cotizados del momento. Condecorado con la Legión de Honor, celebra exposiciones individuales en Berlín, Colonia, Dusseldorf las tres en 1907 y Londres (1908), donde el éxito es mas desigual que en Paris. El contacto con Archer M. Huntington le abre las puertas de Estados Unidos, y sus exposi­ciones de 1909 en Nueva York, Búffalo y Boston suponen su definitiva consagración interna­cional. Tres años después, Soro­lla y Huntington firman uno de los contratos mas importantes de la historia de la pintura moderna, por el que el pintor se compromete a decorar la biblioteca de la Hispanic Socie­ty of America, donde plasmara con sus pinceles todos los rinco­nes de la geografía hispana.

PROYECCION FINAL

Al poco tiempo de finalizar el gran proyecto, un ataque de hemiplejia le sorprende pintan­do en el jardín de su casa y le incapacita para trabajar hasta su muerte, en 1923. Aunque entre 1911 y 1919 el encargo de Hun­tington le ocupo casi por com­plete, la obra de los últimos años muestra una tendencia hacia una síntesis de forma y color cada vez mayor. Gracias a los deseos de su mujer y posteriormente a los de sus hijos, gran parte de su obra permanece en la casa, convertida en museo, que el pintor se hizo construir en Madrid, preservando su memoria.